Victoria abrumadora de los de Pellegrini, que ahora quieren el liderato
(Crónica Primer Tiempo Real Madrid-Zaragozza, 2009. Ejercitación en clase del Máster en Comunicación y Periodismo Deportivo).
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Y el partido terminó sin haber empezado. Nunca ha habido partido. Como nunca habíamos visto a un Madrid tan eficaz y, a la vez, tan bello, en esta temporada. Que gustó y se gustó.
Pellegrini prefirió Higuaín a Benzema. Tuvo razón. En el centro, fue Mamadou Diarra el a quien le tocó reemplazar a Xabi Alonso y alinearse a lado de Lass. Unos metros más adelantado se posicionó Van den Vaart. El holandés, autor de una actuación monumental, condimentada por dos goles, fue el incursor de los blancos. Sin dudas, el 23 fue el jugador que más dificultades causó al Zaragoza, generalmente incapaz de prever sus llegadas.
Podríamos contar las ocasiones de gol que el Madrid tuvo a lo largo del juego – una decena. Lo que no podemos medir en números fue la peligrosidad del ataque incesante de los blancos. La sensación que daban fue podrían haber marcado diez en los primeros diez minutos. En efecto, la línea delantera demostró una alquimia casi perfecta, bien ejemplificada por los continuos cambios de posición entre Cristiano e Higuaín. Este último, firmó un gol de película, superando al marcador con un sombrero y metiendo, después, el balón hacia la escuadra con una media vuelta. Para ver y rever.
Hacía cuatro años que el Zaragoza que no le quitaba puntos al Madrid en el Bernabéu. La temporada que viene, van a ser cinco. El once de José Gay no logró crear grandes dificultades a los dueños de casa, excepto por una bomba de Lafita de los cuarentas metros que Casillas pudo desactivar con confianza. En efecto, la zaga local fue un engranaje perfecto, que nunca se hizo sorprender por los adversarios, a pesar de la actitud ofensiva que Sergio Ramos puso a su partido.
La conexión por la banda derecha fue la que mejor funcionó. Mientras Ramos estuvo presente y listo para centrar en todo momento, Ronaldo apareció y desapareció. Sin embargo, cuando aparecía, era para lastimar. Su falta de goles fue nada más que casual. La convivencia de los dos con Higuaín en tan poco espacio fue justamente lo que le abrió el espacio a Van der Vaart, tanto para armar las jugadas como para definirlas. Él marcó dos, podría haberse llevando el balón a casa.
Hubiese sido difícil imaginar mejor Madrid. Frente la presión de jugar después de los rivales, los blancos parecían hasta divertirse mientras aplastaban el Zaragoza, victima sacrificial de un equipo que, ayer, daba la idea de poderle ganar a cualquiera. Y que, ahora, no puede no soñar con el liderato.
Antonio Cefalù